lunes, 3 de julio de 2017

El dilema electoral retrasa el progreso

Los ganadores no juegan a la perinola

La palabra “progreso” utilizada en el título está conscientemente elegida en su sentido etimológico, filosófico y sociológico: es un concepto que indica la existencia de un sentido de mejora en la condición humana. Su contrario es la regresión.

Pienso que los instrumentos de la democracia y, en especial, sus procesos electorales, deben tener esta búsqueda como uno sus principales objetivos. Cualquier otra meta de menor jerarquía y, en particular, las más mezquinas y personalistas, deberían ser percibidas por la población a la hora de votar y castigarlas en consecuencia.

Todos los portales de noticias, por estos días, analizan, o justifican, o critican la decisión (que atribuyen a Macri) de intentar “polarizar” la elección con una Cristina “vivita y coleando”, con indiferencia a todas las causas judiciales abiertas en su contra que, con una “justicia” sorprendentemente lenta, al menos permitió que la ex presidente pudiera presentarse como candidata.

Ni que hablar de Carlos Menem que, con condena firme de inhabilitación por 14 años para ejercer cargos públicos, confirmada por Casación, igual podrá ser candidato y, posiblemente, reelecto senador de la Nación.

Y a mí, que me gusta usar los dichos populares: “la culpa no es del chancho sino del que le da de comer”.

Por el otro lado, y a la vez, está la economía, con un arranque débil y tardío, la caída de las ventas en muchos rubros del sector comercial, la inflación que, inexorable, orada el poder adquisitivo de los salarios, el aumento brutal de las tarifas y las inversiones que no se producen, para generar el empleo que tanto hace falta.

Y no me olvido de una presión tributaria asfixiante que impone una urgente transformación que revolucione la forma de cobrar impuestos en la Argentina. Y no digo una reforma tibia con tímidas correcciones, hablo de una reforma revolucionaria que, por empezar, elimine todos los impuestos regresivos (ingresos brutos, impuesto a los débitos y créditos bancarios, etc.) que son absolutamente lo contrario a la equidad tributaria.




Hace falta una reforma tributaria revolucionaria que elimine todos los impuestos regresivos.

Interesante y lúcido es el análisis que hace Jorge Fontevecchia, CEO de Editorial Perfil, en su nota “¿No vendrán inversiones por culpa de Cristina?”, donde pronostica que por esta estrategia (dice que fundamentalmente alentada por el gobierno) se retrasarán las inversiones “desensillando hasta que aclare”, al menos hasta después de las elecciones y, posiblemente (según sus resultados) hasta después del 2019. Según el autor, esperando para ver si el país tiene chances de volver al “populismo” o no.

Sólo por razones semánticas yo cambiaría el verbo “vendrán” por “habrá”, porque el “vendrán” sólo induce a pensar que se trata de la llegada de la inversión extranjera, dejando afuera a la inversión de argentinos (los más miedosos y reticentes entre los que tienen la capacidad de invertir).

Y esto está directamente relacionado con mi nota de octubre del año pasado “Para crecer hay que poner mucha plata. La “cantidad” bien entendida empieza por casa”, donde hablando de la competitividad de nuestro país a la hora de atraer inversiones, hacía las siguientes preguntas “¿están los argentinos interesados en invertir en Argentina? ¿son iniciadores a riesgo del proceso de inversión o se quedan esperando garantías?”.

Allí también analicé, en detalle, las enormes posibilidades que ofrece la Argentina en cada uno de los grandes sectores de la economía (sector público en infraestructura y obra pública, petróleo y gas, minería, industria, agricultura, construcción, alimentos y bebidas).

Y, desde esos números, remataba con otras tres preguntas: “¿cuánto invertirán los argentinos en su propio país?, ¿lo harán algunos, blanqueo o no mediante, con parte de las gigantescas sumas que mantienen en el exterior? ¿o se quedarán de nuevo “sentados” a esperar que vengan primero los extranjeros a marcar el rumbo?”.

El capital es miedoso y sólo piensa en sí mismo

A ese miedo podemos sumarle la cobardía. Esto no es ni bueno ni malo, simplemente es así. Y no es cuestión de “rasgarse las vestiduras” imputándole que carece de sentido solidario. El capital es impersonal (aunque detrás de su manejo haya personas) y sólo piensa en su propia rentabilidad, su seguridad jurídica y el mejor ambiente favorable del que pueda disfrutar. Cualquier otra demanda que se le haga al capital (extranjero o criollo) es pura utopía.

El gobierno tiene la obligación de crear, orientar y establecer las condiciones para la inversión, que sean seguras jurídicamente y duraderas, pero el capital privado es el que tiene que “jugarse” desde el principio. Y no permanecer “agazapado” viendo cómo le va al otro primero y después reaccionar.

Soy reiterativo, pero los argumentos están recontra vigentes. La gente mira lo que le pasa a la gente. Los datos del crecimiento, los porcentajes del PBI y otros datos de la macroeconomía son importantes porque son las grandes formas de medir lo que pasa, pero para el común de los argentinos es información poco entendible y con números que sobrepasan a la comprensión práctica personal.

La gente mira si tiene empleo, si la familia o sus hijos consiguen empleo, si se puede vivir un poco mejor, si la plata alcanza, si la educación vale la pena, si se tiene mejor calidad de vida.

La riqueza que se genera en un país tiene que servir para que circule más riqueza para su gente. Y esta es la gran lucha para vencer a la pobreza.

Tanto nos ha castigado el mal ejemplo, desde arriba y desde abajo, que somos “sospecheros” para todo (vulgarismo para el que sospecha de lo que venga). Como dice el dicho: “el que las tiene hechas, tiene las sospechas”.

Si alguien gana bien nos preguntamos en qué “curro” andará; si alguien es exitoso, con quién se habrá acomodado; si se cierra una concesión o una adjudicación, a quién habrá sobornado. Estas cosas las vemos nosotros, a veces acertando y a veces equivocándonos, pero también se ven desde afuera.

Y esto vale fundamentalmente para los más jóvenes que se están preparando para el futuro. Tendrá que venir una generación de exitosos honestos que ganen mucha plata a fuerza de talento, ingenio y capacidad (sin otro recurso escondido).


La economía y el voto

Los grandes datos de la economía macro, aunque sean alicientes, no “mueven el amperímetro” de la gente si los efectos no los puede sentir en su vida cotidiana. La gente lo mira en el día a día en su economía “de bolsillo”. Y por eso vota con el bolsillo.

Y entonces se dan estas cosas, completamente incomprensibles desde la lógica de los valores, que indican que mucha gente puede “hacer la vista gorda” o ser indiferentes ante las evidencias de corrupción, con tal que el “modelo” económico que lo afecta le mejore el bolsillo y pueda vivir un poco mejor.

Inclusive la gente parece indiferente (o no le interesa) a calcular cuál es el impacto de una política populista y distribucionista (de recursos que no existen) en las generaciones futuras, aun cuando dentro de ellas estén sus propios hijos o nietos.

Lamentablemente, hemos alimentado a una sociedad enferma, por el mal ejemplo o por propia degradación, haciendo crecer la decadencia de su propia moralidad. Hemos cultivado una cultura transgresora, desde la simpleza de “colarse” en una fila hasta una actitud distante ante flagrantes hechos de corrupción de todo tipo, como si se pensara que eso no nos afecta directamente.


“Pero en el Gobierno igual hay preocupación: saben que la mejora aún no es percibida por una amplia mayoría.

La causa es básicamente que el consumo no termina de repuntar. Mientras que la mayoría de los indicadores ya muestra variaciones positivas en relación al año pasado, el consumo sigue sin hacer pie. La inflación del año pasado y la acumulada este año todavía supera el aumento de los salarios. Los ajustes de tarifas y en alimentos resultan una carga demasiado pesada para la mayoría de las familias, a las que les resulta cada vez más difícil llegar a fin de mes.

En julio se espera un repunte preocupante, porque todo indica que la inflación volvería al 2% (combustibles 7% arriba y dólar acercándose o superando los $ 17).

Pero al final del día aparece el déficit fiscal como el gran responsable. Reducir ese rojo fiscal será el gran desafío del Gobierno de cara al 2018 y el gran dato que estarán mirando los inversores para renovar su apuesta por el país”.

Así lo anticipaba en agosto y setiembre del año pasado en el blog en las notas “El vaso medio vacío o medio lleno” y en “Dos más dos son cuatro (y la matemática no es una opinión)”.

Y aquí el gobierno, responsable del manejo de la economía, enfrenta una disyuntiva tremenda convertida en un círculo vicioso compuesto por necesidades que tiran en sentido contrario.

Si ataca frontalmente el déficit fiscal, reduciendo drásticamente el gasto público (básicamente subsidios), y tomando menos deuda externa o emitiendo menos, dejaría más gente afuera en un país en el que hoy tenemos demasiada gente afuera. Continuaría deprimido el consumo por falta de suficientes recursos y la inflación, tal vez, descendería un poco, pero por la peor de las razones: la baja del consumo o caída de la demanda.

Si sigue así, sosteniendo un gasto público creciente, con aumento del déficit fiscal, para paliar apenas un poco la situación social, la inflación no se detendrá, el salario real seguirá cayendo y las mejoras deseadas en el mediano y largo plazo seguirán sin ser percibidas por la población.

Claro que de esto se sale con inversión que genere mayor producción y empleo, pero esto es más fácil decirlo que hacerlo. Por eso el gobierno apela, más allá de las mejoras institucionales y transparencia, al “estamos en el buen camino”, pero llevará algún tiempo.

También creo que a la población le gustaría ver que los más beneficiados en este proceso contribuyan un poco más a mejorar la situación general. Hay sectores, como el campo, las automotrices y la banca, a los que les ha ido muy bien en estos últimos tiempos, pero tampoco se percibe si hay “derrame” de esa mejor renta.

Antes, en ciudades como Bahía Blanca y durante mucho tiempo, se decía que “cuando al campo le iba bien, nos iba bien a todos” porque el productor agropecuario invertía o gastaba en la ciudad. Ahora, no se nota que esta sentencia se cumpla, o se nota mucho menos.

El problema es que los ganadores no juegan a la perinola (1) asumiendo que, al girarla, les puede tocar “Pon 1”, “Pon 2” o “Todos ponen”. Salvo que todas las caras digan “Toma todo”. Creo en la iniciativa privada y en el respeto al capital de riesgo, pero también creo en un estado mediador que corrija las inequidades y sea un buen árbitro en la distribución de la renta.


Conclusiones

El capital internacional con sus “brotes verdes” tardará en venir porque es cobarde y desconfiado, aunque nos reciba, nos visite y nos traten con la mejor cordialidad protocolar, nos regale la mejor sonrisa y nos felicite por lo que estamos haciendo. Igual se tomarán su tiempo para analizar los resultados.

Los inversores argentinos, más miedosos todavía (“el que se quemó con leche ve una vaca y llora”), se los ve últimos en la fila a la hora de sacar turno para invertir y dar empleo.

Si las inversiones no se concretan, o se retrasan, por la presencia o no de una señora candidata (por más influyente que sea o haya sido), ¿por qué nos jactamos de ser un país con mucha gente inteligente y de tener la mayor proporción de talentos de América Latina?

Vivimos demasiado pendientes de elecciones y los que trabajan de candidatos “trabajan” demasiado tiempo pensando en sus candidaturas o sus reelecciones. Y dedican poco tiempo a trabajar en la tarea por la que le pagan, o a estudiar y aprender lo que no saben o saben poco.

Y, como en los últimos setenta años al menos, los dilemas electorales nos retardan el progreso.

El dilema electoral es aquí y ahora. Si los ciudadanos votan “con el bolsillo”, lo único que puede favorecer al gobierno es un acto de fe. Aunque no tengan ninguna evidencia que los otros competidores sepan cómo hacerlo mejor.

Porque, aunque se instale crudamente que el gran problema es la “herencia recibida”, el que vota con el bolsillo sólo sopesará si estaba mejor antes o ahora.

Lamentable forma de pensar que reniega del futuro (el nuestro o el de los que nos seguirán), pero inevitable.  Somos así.

Quisiera concluir, de un modo optimista, que todo esto se puede corregir, que vendrá una nueva generación que no repetirá estos defectos, que abandonaremos nuestra conducta pendular y cortoplacista, que todos, pero todos, podemos ser mejores personas y mejores ciudadanos, que cundirá el ejemplo desde arriba para que lo imitemos los de abajo. En definitiva, que tendremos un mejor país, con gente que viva mejor.

Entre otras cosas, un pedido: gobierno, dirigentes y justicia “pongan un poco más de huevos” (sic).

Dicen que Albert Einstein decía (al menos la frase se le atribuye): “No se pueden obtener resultados diferentes haciendo siempre lo mismo”. Pues pareciera que los argentinos (por no saber o no poder) disfrutáramos de hacer siempre lo mismo.

Por eso, para que esto ocurra, para obtener resultados diferentes, tenemos que dejar de ser así, para ser y hacer diferente.

Al menos, pensando en las próximas generaciones.







Por el Cr. Hugo Antonio Borelli






(1)

Pirinola, también llamado pirindola o perinola, es un trompo de material duro que tiene en sus contornos distintas escrituras, que al hacerla girar y al detenerse deja una cara con la inscripción de la suerte por lo que se utiliza para jugar y hacer apuestas. Un mito indica que la perinola tiene origen judío, sin embargo, en documentos y figuras romanas, se distinguen algunas perinolas entre los miembros del ejército romano de la antigua Roma.


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